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Los cubanos y el difícil reto de vivir


"Con lo frágil que es la vida, con lo cerca que estamos de un final fatal, a veces me pregunto, ¿cómo es que los cubanos seguimos vivos?"

Siempre he pensado que la vida es un premio difícil. Una especie de azar al cual nos aferramos con todo lo que tenemos a mano. El milagro de la vida, venido como azar biológico o como premio divino constituye -para la mayoría de los cubanos- un doble reto. No solo es nacer; sino permanecer vivos, somática y psicológicamente aptos para desenvolvernos normalmente en una época tremendamente difícil y compleja.

Viajar en Camión
Viajar en Camión
Pensemos un momento cómo hemos vivido los cubanos: moviéndonos a pie, al Sol o la lluvia, en la vera de peligrosos caminos y carreteras o imbuidos en el tráfico infernal de nuestras polutas ciudades. Viajando intraurbanamente en hacinados transportes, colgados de sus puertas, en escaleras de camiones, sobre volquetes, u otros medios desvencijados, sin cinturones de seguridad, bolsas de aire, ni salidas de emergencia; carentes de extintores de incendio y fumigados en el interior por gases de escape. Nosotros los cubanos cubrimos distancias colosales subidos en la parte trasera de remolques, jaulas para transportar animales, grúas, tanques cisternas o entre mercancías peligrosas.

Nosotros apenas conocemos las tapas de medicamentos con «seguro contra niños», y en nuestras casas, ese «seguro» jamás existió en botiquines, gabinetes, gavetas, puertas o escaleras peligrosas.

Los cubanos nunca montamos en bici con rodilleras, coderas o cascos de protección contra caídas, aun sabiendo que nuestras bicicletas tienen pésimos frenos (o carecen totalmente de ellos). Y andamos de noche entre el tráfico a oscuras, sin chaquetas fosforescentes ni dispositivos lumínicos o pinturas refractarias. Y conducimos a cualquier lugar, por desconocido que este sea, sin la ayuda del GPS.

Construimos sin cascos, guantes, ni botas antideslizantes, dieléctricas e impermeables. Pintamos techos, paredes altas y azoteas, sin gafas antisalpicaduras, máscaras purificadoras, cinturones de seguridad ni mallas protectoras. Nuestras tomas de corriente, al igual que los interruptores eléctricos o los metrocontadores, no tienen protección contra niños pequeños, y muchas veces carecen hasta de sus tapas ordinarias.

Acá en Cuba desconocemos las pastillas purificadoras de agua, apenas usamos repelente para insectos, ni cremas de protección solar, ni aerosoles desinfectantes, ni raticidas. Siempre hemos tomado agua del grifo de la cocina, o de la manguera del patio (1). Nuestros inodoros nunca tienen tapa, ni los pisos de los baños son antirresbalantes. Y, por si fuera poco, cohabitamos con gatos, perros, palomas, gallinas y cerdos en espacios urbanos reducidos sin ningún tipo de control sanitario ni ambiental y con menos del 50% de disponibilidad de agua que necesitaría un ser humano normal en Europa o América del Norte.

Nuestros hijos en las escuelas, no tienen almuerzo escolar sino «merienda». No tienen celulares con los cuales los padres puedan ubicarlos o ellos puedan solicitar ayuda en caso de cortarse un dedo, perder un diente, romperse un hueso o tragarse una canica. Tampoco existe (o al menos se desconoce) un servicio de emergencia análogo al 911, ni hay helicópteros-ambulancias que conduzcan rápidamente a un herido a un centro asistencial.

La vida es un misterio. Somos tan frágiles como un delicado mecanismo de relojería. Cualquier nimiedad puede averiarnos. Y por si fuera poco, el orden existente no ayuda, sino todo lo contrario: parece empujarnos a ese punto de “no retorno”. Con lo frágil que es la vida, con lo cerca que estamos de un final fatal, a veces me pregunto, ¿cómo es que los cubanos seguimos vivos?

Aun así, aquí estamos, permaneciendo en franca “litis” con la adversidad que nos rodea. Resistimos y en ocasiones hacemos esfuerzos por cambiar el orden de las cosas. ¡Vaya si somos fuertes los cubanos! ¡Únicos y especiales! Reconozcámoslo: en este “caldo de brujas” ¿Quién que no fuera un cubano sobreviviría?

Este artículo de Jesuhadín Pérez Valdés fue publicado originalmente en la revista Convivencia No.35)
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