En Cuba sigue habiendo ocupaciones que no se dan en otros lugares del mundo. Unas veces por la necesidad de sobrevivir, otras por la escasez o imposibilidad de encontrar un recurso por otras vías, se pueden encontrar en las calles de algunas ciudades negocios legales o escondidos muy singulares.
En vídeos como éste, publicado en la web de Cubanos por el mundo, se puede contemplar cómo aún perviven maquinarias rudimentarias que sirven para que muchos cubanos ganen unos pesos como un trapiche para hacer guarapo.
Otro elemento habitual en las calles son las máquinas de helados caseros, que por un peso ofrecen crema de nata recién hecha que sacan de un cubo, cuyos ingredientes son un misterio, y sirven luego en un barquillo.
Los alimentos son además fuente de las ocupaciones más variopintas y de todo tipo de sustentos básicos. Sigue existiendo, por ejemplo, el vendedor ambulante de pan, quien anda en bicicleta con grandes cajas detrás y que despierta a las comunidades con sus pregones mañaneros.
Tampoco falta en el paisaje habanero o de otras ciudades el vendedor de maní tostado en cucuruchos o los que proporcionan café en terminales. Lo hacen ellos mismos y se lo venden a los transeúntes. Se pasean por las calles con sus termos y a veces hasta cafeteras calientes en busca de gente ansiosa por un sorbo de cafeína. Un pequeño calentador ubicado en cualquier rincón es suficiente para que cada cierto tiempo hagan la bebida y se la sirvan a sus clientes.
Los que venden frutas y hortalizas, que también transitan en bicicleta, y arrastran una carretilla y traen sus productos de huertos propios, o los que reparten pan con minuta -bocadillos de pescado rebozado- también se pueden ver fácilmente por la calle. Hay quien compra de todo en puestos callejeros, o quien lo vocea para que el que tenga lo que necesite se gane unos pesos con él.
Entre éstos se encuentran los que realizan la compraventa de frascos, que utilizan para rellenarlos y vender ilegalmente todo tipo de productos que van desde las bebidas alcohólicas hasta champús, acondicionadores para el pelo o conservas. Los recursos son tan limitados que hasta puedes encontrar carteles anunciando en una esquina que se compran cajas de relojes vacíos o pomos para reutilizarlos en los frascos de perfumes que elaboran.
Además del clásico amolador de tijeras, que pervive en otros lugares del mundo, es posible toparse también con reparadores callejeros de colchones o compradores de planchas viejas –rusas, concretamente-, que se anuncian por las calles y que ofrecen algo de dinero con tal de extraer los materiales que llevan dentro para revenderlos después.
¿Necesitas a alguien que se encargue de recoger los mandados del mes? Tampoco es problema. Muchos cubanos se ocupan de hacer de mensajeros para su clientela y así acumular un salario que les permita vivir. Otros, algo más arriesgados, son los que se conocen como listeros, y que gestionan las apuestas de la “lotería de la bolita”. Por radio, escuchando los números premiados desde otro países, tramitan las jugadas y le dan a conocer a sus parroquianos los resultados.
En vídeos como éste, publicado en la web de Cubanos por el mundo, se puede contemplar cómo aún perviven maquinarias rudimentarias que sirven para que muchos cubanos ganen unos pesos como un trapiche para hacer guarapo.
Otro elemento habitual en las calles son las máquinas de helados caseros, que por un peso ofrecen crema de nata recién hecha que sacan de un cubo, cuyos ingredientes son un misterio, y sirven luego en un barquillo.
Los alimentos son además fuente de las ocupaciones más variopintas y de todo tipo de sustentos básicos. Sigue existiendo, por ejemplo, el vendedor ambulante de pan, quien anda en bicicleta con grandes cajas detrás y que despierta a las comunidades con sus pregones mañaneros.
Tampoco falta en el paisaje habanero o de otras ciudades el vendedor de maní tostado en cucuruchos o los que proporcionan café en terminales. Lo hacen ellos mismos y se lo venden a los transeúntes. Se pasean por las calles con sus termos y a veces hasta cafeteras calientes en busca de gente ansiosa por un sorbo de cafeína. Un pequeño calentador ubicado en cualquier rincón es suficiente para que cada cierto tiempo hagan la bebida y se la sirvan a sus clientes.
Los que venden frutas y hortalizas, que también transitan en bicicleta, y arrastran una carretilla y traen sus productos de huertos propios, o los que reparten pan con minuta -bocadillos de pescado rebozado- también se pueden ver fácilmente por la calle. Hay quien compra de todo en puestos callejeros, o quien lo vocea para que el que tenga lo que necesite se gane unos pesos con él.
Entre éstos se encuentran los que realizan la compraventa de frascos, que utilizan para rellenarlos y vender ilegalmente todo tipo de productos que van desde las bebidas alcohólicas hasta champús, acondicionadores para el pelo o conservas. Los recursos son tan limitados que hasta puedes encontrar carteles anunciando en una esquina que se compran cajas de relojes vacíos o pomos para reutilizarlos en los frascos de perfumes que elaboran.
Además del clásico amolador de tijeras, que pervive en otros lugares del mundo, es posible toparse también con reparadores callejeros de colchones o compradores de planchas viejas –rusas, concretamente-, que se anuncian por las calles y que ofrecen algo de dinero con tal de extraer los materiales que llevan dentro para revenderlos después.
¿Necesitas a alguien que se encargue de recoger los mandados del mes? Tampoco es problema. Muchos cubanos se ocupan de hacer de mensajeros para su clientela y así acumular un salario que les permita vivir. Otros, algo más arriesgados, son los que se conocen como listeros, y que gestionan las apuestas de la “lotería de la bolita”. Por radio, escuchando los números premiados desde otro países, tramitan las jugadas y le dan a conocer a sus parroquianos los resultados.