El Caso Padilla le dio la oportunidad para desmarcarse de algunos de sus colegas latinoamericanos, aquellos intelectuales que se opusieron al encarcelamiento del poeta cubano.
“Hay que aprender a decir y a escuchar la verdad: hay que criticar tanto el estalinismo de Neruda como el castrismo de García Márquez”, afirmó un Octavio Paz duro y sin pelos en la lengua para el que llamarían padre del ‘Boom latinoamericano’.
A mediados de los ’70 rompieron definitivamente el Gabo y Vargas Llosa, dos compañeros literarios y de ideas progresistas hasta ese momento. El Caso Padilla y la cercanía del “Genio de Aracataca” al Comandante en Jefe en La Habana, le trajo a García Márquez la repulsa de creadores que entendieron que los escritores debían mantener un comportamiento ético acorde con los lectores que se granjeaban y los presupuestos humanistas que planteaban sus obras.
Mientras el escritor colombiano avanzaba por los escalones de la mejor literatura del continente, su amigo Fidel recrudecía con mano dura la represión contra intelectuales, opositores y cuanto cubano disintiera de su socialismo armado en los talleres de un cuartel militar.
El perfil que escribió del comandante guerrillero en su cumpleaños 61, está dotado de un claro arrebato emocional por los hombres de poder: “Da la impresión de que nada le divierte tanto como mostrar su cara verdadera a quienes llegan preparados por la propaganda enemiga para encontrarse con un caudillo bárbaro. El les canta las verdades, y soporta muy bien que se las canten a él”.
"La nuestra es una amistad intelectual”, dijo el autor de Cien años de soledad sobre Castro en 1981; "es el hombre más tierno que he conocido. Y es también el crítico más duro de la revolución y un autocrítico implacable", para dejar asombrados a quienes conocieron de cerca la falta de escrúpulos del comunista cubano.
Su ilusión por la gesta cubana de los años sesenta sentó las bases para la amistad con el dictador. Los archivos fotográficos de la época lo dejan ver junto a los argentinos Jorge Ricardo Masetti y Rodolfo Walsh, cuando echaban a andar la Agencia Prensa Latina.
Su conocimiento de los problemas que causaban en la isla la burocracia, la represión y la falta de libertad no le arrancaron una sola línea crítica hacia el “proyecto revolucionario” del barbudo mayor, un Fidel Castro inmisericorde con sus enemigos.
Masetti, quien pudo escrutar en el pensamiento de García Márquez afirmó que al novelista exitoso y creador del mágico mundo de Macondo le gustaba "estar en la cocina del poder".
El mexicano y director de la revista literaria “Letras libres, Enrique Krauze, con la acidez y lucidez que le caracterizan ha dicho: "No hay en la historia de Hispanoamérica un vínculo entre las letras y el poder remotamente comparable en duración, fidelidad, servicios mutuos y convivencia personal al de Fidel y Gabo"; opinión aparecida en un artículo titulado "A la sombra del patriarca".
“Hay que aprender a decir y a escuchar la verdad: hay que criticar tanto el estalinismo de Neruda como el castrismo de García Márquez”, afirmó un Octavio Paz duro y sin pelos en la lengua para el que llamarían padre del ‘Boom latinoamericano’.
A mediados de los ’70 rompieron definitivamente el Gabo y Vargas Llosa, dos compañeros literarios y de ideas progresistas hasta ese momento. El Caso Padilla y la cercanía del “Genio de Aracataca” al Comandante en Jefe en La Habana, le trajo a García Márquez la repulsa de creadores que entendieron que los escritores debían mantener un comportamiento ético acorde con los lectores que se granjeaban y los presupuestos humanistas que planteaban sus obras.
Mientras el escritor colombiano avanzaba por los escalones de la mejor literatura del continente, su amigo Fidel recrudecía con mano dura la represión contra intelectuales, opositores y cuanto cubano disintiera de su socialismo armado en los talleres de un cuartel militar.
El perfil que escribió del comandante guerrillero en su cumpleaños 61, está dotado de un claro arrebato emocional por los hombres de poder: “Da la impresión de que nada le divierte tanto como mostrar su cara verdadera a quienes llegan preparados por la propaganda enemiga para encontrarse con un caudillo bárbaro. El les canta las verdades, y soporta muy bien que se las canten a él”.
"La nuestra es una amistad intelectual”, dijo el autor de Cien años de soledad sobre Castro en 1981; "es el hombre más tierno que he conocido. Y es también el crítico más duro de la revolución y un autocrítico implacable", para dejar asombrados a quienes conocieron de cerca la falta de escrúpulos del comunista cubano.
Su ilusión por la gesta cubana de los años sesenta sentó las bases para la amistad con el dictador. Los archivos fotográficos de la época lo dejan ver junto a los argentinos Jorge Ricardo Masetti y Rodolfo Walsh, cuando echaban a andar la Agencia Prensa Latina.
Su conocimiento de los problemas que causaban en la isla la burocracia, la represión y la falta de libertad no le arrancaron una sola línea crítica hacia el “proyecto revolucionario” del barbudo mayor, un Fidel Castro inmisericorde con sus enemigos.
Masetti, quien pudo escrutar en el pensamiento de García Márquez afirmó que al novelista exitoso y creador del mágico mundo de Macondo le gustaba "estar en la cocina del poder".
El mexicano y director de la revista literaria “Letras libres, Enrique Krauze, con la acidez y lucidez que le caracterizan ha dicho: "No hay en la historia de Hispanoamérica un vínculo entre las letras y el poder remotamente comparable en duración, fidelidad, servicios mutuos y convivencia personal al de Fidel y Gabo"; opinión aparecida en un artículo titulado "A la sombra del patriarca".