No es cierto eso que interesadamente se nos ha venido induciendo acerca de que la cultura nada tiene que ver con la política. Tampoco es cierto su contrario que se defiende diciendo que todo es política. Lo que sí parece apropiado es asegurar que todo es cultura. Ergo, que la política forma parte y es consecuencia de la cultura.
El filósofo tradicionalista italiano, barón Giulio Cesare Andrea Evola, aseguraba que la división entre política y cultura es sólo asunto de la degenerada modernidad.
Ahora leo Cuerpos divinos (Ed. Galaxia Gutenberg, 2010), el libro póstumo de Guillermo Cabrera Infante, en una esmerada edición a cargo de su viuda Miriam Gómez. Es una lectura que recomiendo no sólo por su prosa tersa y telegráfica, que quizá manifiesta la cima de la maestría literaria del autor de Tres tristes tigres, sino porque, además, muestra de manera novelada y testimonialmente a la cultura detrás de la sociedad que desova el fatídico 1 de enero de 1959 en La Habana. Los hechos de La Sierra como una consecuencia de la cultura imperante en La Habana.
Una sociedad donde, paradójicamente, una elite política y empresarial pero sobre todo cultural, lucha denodada, desesperada y, a veces, heroicamente por ponerse ella misma la cuerda al cuello que terminaría estrangulándola en tanto elite.
Dos organizaciones terroristas, enemigas acérrimas entre ellas, van a una y a como dé lugar, y da lugar sobre todo a dinamita y metrallazo, a por la cabeza del negro, cualquier cosa menos el negro, decían o pensaban, y el negro no era otro, ¿adivinaron?, que el general Fulgencio Batista. Esas organizaciones son el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el Movimiento 26 de Julio. De más está decir que el 26 terminó después cargándose al Directorio y matando, torturando, encarcelando y exiliando a más de sus miembros que lo que nunca hizo el malo de Batista.
Preclaros periodistas, artistas de altura e intelectuales de lustre y fuste acarrean dinamita, estallan bombas, esconden a asaltantes del Palacio Presidencial que habían procurado matar a Batista en una temeraria y sangrienta acción, o compran bonos del 26 de Julio y del Partido Comunista. Gente que en su mayoría trabajaba de un modo u otro para dos de las más importantes publicaciones de este hemisferio en ese tiempo, la revista Bohemia y la revista Carteles. Medios que no ocultaban sus simpatías por los subversivos y donde, sobre todo en Bohemia, se hizo más la revolución que en la mismísima Sierra Maestra.
Los personajes de Cuerpos divinos, todos personajes reales, son gente bien, dionisiaca, que habita en buenos apartamentos y mejores bares, alterna con la alta sociedad habanera, viaja, maneja excelentes autos (o "máquinas", como dicen los cubanos), que tiene criados y, sobre todo, amantes, muchas amantes. Viven vidas felices, en la medida que ello sea posible, pero sobre todo viven a plenitud y en libertad extrema. Pero cuentan que el hombre no está hecho a la felicidad y ellos querían un cambio; cualquier cosa menos el negro.
Los cubanos no somos excepcionales en esa actitud, que se daría no sólo entre intelectuales, artistas y periodistas sino también entre dueños de medios de prensa y otros empresarios, y que va valientemente contra el orden que les privilegia y apuesta por un orden otro que los devorará. Es algo que hemos visto ocurrir también en Venezuela y en toda Latinoamérica; que se ve ahora en España, en Grecia y en toda Europa, excepción hecha quizá de buena parte de Europa del Este que se ha vuelto sensata tras salir de la miseria y el matadero del comunismo.
Algo que, por cierto, sorprendentemente para algunos, también se viene viendo desde hace mucho tiempo en Estados Unidos pero que ha arribado al clímax y adquirido ribetes ridículos, ridículos pero trágicos, durante los últimos años. La América que nos viene encima. Reinaldo Arenas dijo al llegar a Cayo Hueso en 1980 escapando de la Cuba que ahora pretenden ver como un país normal: "yo vengo del futuro". El futuro ya es casi presente en América. El abrazo de Obama y Raúl no sería para acercar Cuba al presente estadounidense sino para acercar América al futuro cubano. Estamos ante el triunfo de Gramsci sobre Marx; de ambos sobre la libertad.
El único personaje que parece un ser sensato en todo el libro es Pepe el Loco, secretario del director de Carteles, y ello se muestra cuando el autor va a venderle unos bonos del 26 de Julio y éste le mira detenidamente y dice: "No voy a contribuir a perder mi libertad. Así con Batista me va muy bien".
El Loco no era batistiano, asegura el autor, pero se refería más que nada a su libertad de deambular solo por las calles de La Habana, de emborracharse y fornicar fielmente los sábados en los burdeles, de hacer el menor trabajo en la revista como secretario del director, anónimo pero libre. ¿Cómo es que los demás no veían lo obvio que El Loco veía?
La Habana fabulosa que retratan fabulosa y eficazmente los libros de Guillermo Cabrera Infante, sobre todo La Habana para un infante difunto y Cuerpos divinos, no es otra que La Habana de Batista, no la del Batista bueno que gana las elecciones de 1940 y bajo el cual se aprobó la Constitución de ese año sino La Habana del Batista malo que da el golpe de Estado en 1952.
Batista, un producto del 33, era tan revolucionario como sus opositores. Pero era un revolucionario en el poder. En realidad, lo que sucedía en la isla a finales de los 50, sería algo así como un enfrentamiento entre revolucionarios en el poder y revolucionarios que querían el poder. A pesar de ser un revolucionario, bajo su égida había surgido o fortalecido una elite que suplantaba a la escabechinada en la revolución del 33. En Cuba, aproximadamente cada tres décadas la elite de turno, en un afán o furor autodestructivo y masoquista, suicida en suma, entraba en trance revolucionario y, como Chacumbele, ella mismita se mataba.
Siguiendo el razonamiento del inicio, dado que la política es una consecuencia de la cultura, entonces los cubanos no habríamos fracasado en la política y triunfado en la cultura, como asegura el lugar común, sino que hemos fracasado en la cultura. En la cultura que hemos hecho prevalecer a lo largo de nuestra historia, para ser precisos.
Habría, esquematizando, dos corrientes culturales. Una cultura del entusiasmo, la insensatez, la sensiblería, gregaria y revolucionaria, que suele prohijar una política que conduce a la opresión; y una cultura del sosiego, la sensatez, el pragmatismo, individualizada y evolutiva, que suele prohijar una política que conduce a la libertad.
Los enemigos de la libertad en la isla entienden esto perfectamente. Por ello han faenado paciente, sabia y denodadamente, valga decir, en la inducción del nombrado intercambio cultural desde hace muchos años pero sobre todo desde el Encuentro de Estocolmo (celebrado en 1994 con el auspicio del Centro Internacional Olof Palme) que al final ha facilitado y santificado la política del abrazo entre el presidente Barack Obama y el general Raúl Castro anunciada el 17 de diciembre último.
Ese anuncio y la pomposa parafernalia que le sigue es un éxito rotundo de la cultura gregaria y revolucionaria, misma que se manifiesta triunfante en Cuba desde la revolución del 33 al menos; misma que parece triunfar al presente en todo el mundo occidental. Una victoria, que como aseguramos arriba, se le adeuda más a Gramsci que a Marx.
Frente a ello, vale la pregunta. ¿Qué podríamos hacer los creadores que insumisos en Cuba y fuera de ella hemos apostado por la cultura de la individuación y la libertad? No mucho, la verdad. Pero una cosa sí podríamos hacer, y quizás sea suficiente. Podríamos crear grandes obras. Cierto que talvez ahora no sean reconocidas, dado el lado hacia el que empecinado sopla el numen epocal. Pero, de cierto os digo, habrá un golpe de bisagra en la puerta de la Historia y el numen epocal empezará a soplar en sentido inverso igual de empecinado. Sólo debemos tener esas grandes obras, lo suficientemente grandes como para trascender este oscuro acontecer que no sabemos a ciencia cierta hasta cuándo prevalecerá.