Cuando hace tres años Octavio, 52 años, le solicitó un préstamo de 8 mil dólares a un familiar suyo en Miami, con el propósito de abrir una 'paladar' en el barrio habanero de La Víbora, estaba seguro de que su negocio prosperaría. No fue así. En este falso invierno cubano, aún debe los 8 mil dólares a su pariente. Y lo que es peor, tuvo que cerrar el restaurante debido a la irrentabilidad.
“Además de pocos clientes, adquirir alimentos frescos y de calidad resultaba una odisea. Para que estos negocios funcionen uno debe tener buenos contactos en el mercado negro. Comprando alimentos e insumos de manera legal la cosa no funciona, no puedes progresar. Sin contar que no existe un mercado mayorista y los impuestos son muy elevados”, confiesa.
Fracasar en un emprendimiento privado es decepcionante. Claro que en el capitalismo real hay vencedores y perdedores. Pero la Cuba de Fidel Castro siempre se consideró un santuario anticapitalista y enemigo del libre mercado.
Cuando en 1993 el gobierno de Castro autorizó la apertura del mercado libre campesino y talleres artesanales, lo hizo bajo un estricto control fiscal y la celosa supervisión de un batallón de inspectores estatales quienes, debido a las normas y prohibiciones impuestas al trabajo por cuenta propia, les resultaba muy fácil pillar al propietario violando las leyes trazadas.
Con el tiempo, el trabajo particular fue languideciendo, asfixiado por un cerco de medidas que impedían prosperar. En octubre de 2010 el General Raúl Castro reabrió la iniciativa privada y flexibilizó las reglas de juego.
Era lógico. La autocracia verde olivo deseaba sanear las cuentas públicas y las plantillas infladas de obreros y empleados improductivos resultaban un fardo bastante pesado. El plan del régimen era enviar a millón y medio de trabajadores al paro en tres años. Y que se las arreglaran como pudieran, montando timbiriches de pan con croqueta o rellenando fosforeras.
De manera callada, sin el estruendo de las marchas revolucionarias, borrando del discurso oficial el Patria o Muerte Venceremos y sacándole la lengua a la retórica marxista, el gobierno de los Castro se transmutó de un sistema socialista (al menos así reza en la Constitución) en un formidable aparato de capitalismo estatal, regentado por sociedades anónimas de militares con guayaberas blancas.
Para infinidad de cubanos, durante 54 años acostumbrados a corear consignas y aplaudir, esperar órdenes de arriba y recibir magros subsidios, fue traumático decirles desde una tribuna que debían cambiar de mentalidad.
De los más de 400 mil trabajadores particulares con licencia para ejercer por cuenta propia, muchos lo venían haciendo de forma clandestina hace tiempo. Al abrirse el portón de un capitalismo disfrazado, los que fueron pillados desnudos fueron precisamente los que laboraban para el Estado. Eran personas adaptadas a cobrar un salario ridículo todos los meses, trabajar poco y expertos en robar o adulterar las finanzas en beneficio propio.
A falta de cursos de gerencia en pequeñas empresas, inversiones y mercadeo, los cuentapropistas han tenido que aprender las leyes del capitalismo a fuerza de fracasos. Los negocios más rentables ahora mismo son la renta de habitaciones, taxis privados y fotógrafos de quince, bodas y cumpleaños. Pero excepto los choferes de alquiler, que debido al caótico funcionamiento del transporte urbano genera ganancias, por cada uno que triunfa, tres fracasan.
Las devoluciones de licencias superan las decenas de miles. Así y todo, la mayoría considera que es preferible trabajar por su cuenta, que devengar un miserable salario estatal. Entonces la gente se arriesga y apuesta por abrirse su propio camino. Sobre la marcha han aprendido a nadar contracorriente.
Es el caso de Jesús, un fotógrafo de éxito que ha obtenido un buen billete tirando fotos en fiestas, sobre todo a muchachas que cumplen 15 años. “Mi experiencia me dice que, aparte de la calidad y profesionalidad de tu trabajo, uno debe saber venderse”, expresa en su estudio, construido en un garaje. Paga 10 cuc por anunciarse en la guía telefónica. Y un rotulista le cobró 50 cuc por confeccionarle un llamativo cartel lumínico a la entrada de su casa.
O el de Gerardo, que se dedica al alquiler de habitaciones y se anuncia en internet. Son lecciones que no aprendió Octavio, ex dueño de una 'paladar' en La Víbora.
En esta versión criolla de capitalismo al peor estilo africano, los futuros propietarios deben tener presente que las buenas conexiones con vendedores del mercado clandestino son fundamentales para no quebrar. Otros intentan enamorar con dinero. Es usual, por cada cliente que lleves a cenar o alquile una habitación, que el dueño te dé 5 pesos convertibles, además de comida gratis y un par de cervezas, si es un restaurante privado.
Y es que ante leyes rígidas que impiden enriquecerse, una de las maneras de sacar adelante un negocio es con argucias financieras, ocultando ganancias, comprando mercaderías por debajo de la mesa, utilizando métodos de competencia desleal, incluso delatando a tus competidores a la policía tributaria.
El fracasado Octavio no se asombra. “En ese mundillo la honestidad vale poco. Hay que ser un perro de pelea. De otra manera no triunfas”. Él es un buen ejemplo. Sin que todavía aparezca en los libros de historia, Cuba ha pasado del socialismo utópico al capitalismo salvaje. En silencio.
“Además de pocos clientes, adquirir alimentos frescos y de calidad resultaba una odisea. Para que estos negocios funcionen uno debe tener buenos contactos en el mercado negro. Comprando alimentos e insumos de manera legal la cosa no funciona, no puedes progresar. Sin contar que no existe un mercado mayorista y los impuestos son muy elevados”, confiesa.
Fracasar en un emprendimiento privado es decepcionante. Claro que en el capitalismo real hay vencedores y perdedores. Pero la Cuba de Fidel Castro siempre se consideró un santuario anticapitalista y enemigo del libre mercado.
Cuando en 1993 el gobierno de Castro autorizó la apertura del mercado libre campesino y talleres artesanales, lo hizo bajo un estricto control fiscal y la celosa supervisión de un batallón de inspectores estatales quienes, debido a las normas y prohibiciones impuestas al trabajo por cuenta propia, les resultaba muy fácil pillar al propietario violando las leyes trazadas.
Con el tiempo, el trabajo particular fue languideciendo, asfixiado por un cerco de medidas que impedían prosperar. En octubre de 2010 el General Raúl Castro reabrió la iniciativa privada y flexibilizó las reglas de juego.
Era lógico. La autocracia verde olivo deseaba sanear las cuentas públicas y las plantillas infladas de obreros y empleados improductivos resultaban un fardo bastante pesado. El plan del régimen era enviar a millón y medio de trabajadores al paro en tres años. Y que se las arreglaran como pudieran, montando timbiriches de pan con croqueta o rellenando fosforeras.
De manera callada, sin el estruendo de las marchas revolucionarias, borrando del discurso oficial el Patria o Muerte Venceremos y sacándole la lengua a la retórica marxista, el gobierno de los Castro se transmutó de un sistema socialista (al menos así reza en la Constitución) en un formidable aparato de capitalismo estatal, regentado por sociedades anónimas de militares con guayaberas blancas.
Para infinidad de cubanos, durante 54 años acostumbrados a corear consignas y aplaudir, esperar órdenes de arriba y recibir magros subsidios, fue traumático decirles desde una tribuna que debían cambiar de mentalidad.
De los más de 400 mil trabajadores particulares con licencia para ejercer por cuenta propia, muchos lo venían haciendo de forma clandestina hace tiempo. Al abrirse el portón de un capitalismo disfrazado, los que fueron pillados desnudos fueron precisamente los que laboraban para el Estado. Eran personas adaptadas a cobrar un salario ridículo todos los meses, trabajar poco y expertos en robar o adulterar las finanzas en beneficio propio.
A falta de cursos de gerencia en pequeñas empresas, inversiones y mercadeo, los cuentapropistas han tenido que aprender las leyes del capitalismo a fuerza de fracasos. Los negocios más rentables ahora mismo son la renta de habitaciones, taxis privados y fotógrafos de quince, bodas y cumpleaños. Pero excepto los choferes de alquiler, que debido al caótico funcionamiento del transporte urbano genera ganancias, por cada uno que triunfa, tres fracasan.
Las devoluciones de licencias superan las decenas de miles. Así y todo, la mayoría considera que es preferible trabajar por su cuenta, que devengar un miserable salario estatal. Entonces la gente se arriesga y apuesta por abrirse su propio camino. Sobre la marcha han aprendido a nadar contracorriente.
Es el caso de Jesús, un fotógrafo de éxito que ha obtenido un buen billete tirando fotos en fiestas, sobre todo a muchachas que cumplen 15 años. “Mi experiencia me dice que, aparte de la calidad y profesionalidad de tu trabajo, uno debe saber venderse”, expresa en su estudio, construido en un garaje. Paga 10 cuc por anunciarse en la guía telefónica. Y un rotulista le cobró 50 cuc por confeccionarle un llamativo cartel lumínico a la entrada de su casa.
O el de Gerardo, que se dedica al alquiler de habitaciones y se anuncia en internet. Son lecciones que no aprendió Octavio, ex dueño de una 'paladar' en La Víbora.
En esta versión criolla de capitalismo al peor estilo africano, los futuros propietarios deben tener presente que las buenas conexiones con vendedores del mercado clandestino son fundamentales para no quebrar. Otros intentan enamorar con dinero. Es usual, por cada cliente que lleves a cenar o alquile una habitación, que el dueño te dé 5 pesos convertibles, además de comida gratis y un par de cervezas, si es un restaurante privado.
Y es que ante leyes rígidas que impiden enriquecerse, una de las maneras de sacar adelante un negocio es con argucias financieras, ocultando ganancias, comprando mercaderías por debajo de la mesa, utilizando métodos de competencia desleal, incluso delatando a tus competidores a la policía tributaria.
El fracasado Octavio no se asombra. “En ese mundillo la honestidad vale poco. Hay que ser un perro de pelea. De otra manera no triunfas”. Él es un buen ejemplo. Sin que todavía aparezca en los libros de historia, Cuba ha pasado del socialismo utópico al capitalismo salvaje. En silencio.