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A nueve años de la "Primavera Negra"


Foto de archivo del expreso político cubano Juan Adolfo Fernández Saínz, a su llegada a Madrid el 20 de agosto de 2010 acompañado de su esposa tras ser excarcelado.
Foto de archivo del expreso político cubano Juan Adolfo Fernández Saínz, a su llegada a Madrid el 20 de agosto de 2010 acompañado de su esposa tras ser excarcelado.

Cuando leí mi petición fiscal a quince años era de noche. Me conmocionó. Pensé en mis seres queridos, lo que tanto había temido iba a suceder.

El mismo día 18 de marzo de 2003 fui al Barrio Chino, en Centro Habana, a intercambiar ideas con colegas de la prensa independiente. El tema obligado era la Guerra de Irak, que había sido declarada unilateralmente, y sin el gran apoyo internacional con que había contado la operación Tormenta del Desierto, tras la invasión de Saddam Hussein a Kuwait.

Como el día anterior ya se habían producido numerosos arrestos de opositores, me pasó por la mente quemar algunos papeles pero decidí que no. Mis artículos, mis comentarios, los escribí para que se publicaran. Eran mis opiniones y no tenía nada que ocultar. No me sentía culpable. La tarde del 19 mi casa fue sometida a un minucioso registro.

Mi sala se llenó de militares hasta la madrugada. Noté que las personas que habían invadido mi espacio no sabían nada de nosotros. Venían previamente envenenados. Para ellos yo era un traidor al servicio de una potencia extranjera.

En el proceso de instrucción penal, igualmente. Lo único que les interesaba era que yo incriminara al gobierno de Estados Unidos. Como soy traductor de inglés, había trabajado con grupos de periodistas suecos de visita en La Habana, y había publicado trabajos en sus periódicos. Me preparé para responder sobre eso. Nada me preguntaron al respecto. Había estado colaborando vía fax con la agencia de prensa rusa PRIMA NEWS dedicada a reportar sobre violaciones de derechos humanos.

Tampoco lo mencionaron en los interrogatorios. Concluí que ni siquiera les interesaba llegar a la verdad aunque fuera para condenarnos de todos modos.
Cuando surgió la prensa independiente en Cuba, a mediados de los años noventa, condenaban a los periodistas independientes a dos o tres años por desacato o por difusión de noticias falsas. Llamar asesino o “loco” a FC, o decir que en las cárceles cubanas se torturaba, era una afrenta a la Patria. Desacato.

La difusión de noticias falsas la lograban después que se publicaba, por ejemplo, que un preso había sido golpeado. Sus familiares habían acudido a organizaciones de derechos humanos o a la prensa independiente para que divulgaran el abuso. Pero más tarde la Seguridad del Estado visitaba, digamos, a la madre del preso y la amenazaba con que su hijo se iba a podrir en la cárcel. Ella, nerviosa, comienza a llorar; y el oficial sugiere que todo puede solucionarse si ella declara en un juicio que a su hijo lo tratan bien en prisión, que se está reeducando, y que nadie lo ha maltratado.

El tribunal, diligente, te condena por difundir noticias falsas. Dos o tres años en prisión.
Pero cuando promulgaron el Decreto-Ley 88, la Ley Mordaza, el cambio fue drástico. Desde entonces, criticar al gobierno ante la prensa extranjera es equivalente a coadyuvar a la aplicación del “bloqueo imperialista contra Cuba”, todo un atentado contra la soberanía nacional. Las penas eran severísimas. Pertenecer a una agencia era un agravante, cobrar por ello era aún peor. Pero yo, ciudadano cubano, estoy describiendo la situación en mi país. Argüir que esto guarda relación con la política de un gobierno extranjero es un ardid chapucero.

La Ley fue promulgada poco después de descubierta la Red Avispa. FC quería venganza, y el parlamento cubano, siempre obsequioso, lo complació. La engavetaron, hasta que apareciera el momento propicio: Fue cuando Estados Unidos declaró la guerra al Irak de Saddam Hussein.

Cuando uno decide declararse opositor, en lo primero que piensa es la familia. Desde que el mundo es mundo el que enfrenta a los poderosos se arriesga, y arriesga a los suyos.

Yo lo pensé mil veces. Mi familia es muy pequeña. Mi esposa y mi hija que era una adolescente. Uno sabe que las va a arrastrar a este abismo de sufrimiento. Un día me llenaba de coraje, pero cuando medía las consecuencias me frenaba. Los ejemplos de la historia ayudan. Pensaba en los mambises, en Ignacio Agramonte; joven, culto, rico, enamorado. Todo lo dieron por Cuba. Y pensaba: la nación cubana va al despeñadero.

Puedes saltar del tren y tomar las riendas de tu vida sabiendo que es peligroso. O permitir que estos tiranos conduzcan tu vida, tomen decisiones trascendentales por ti, y te conduzcan al precipicio de todos modos. Si como quiera vamos a sufrir, pues suframos haciendo lo correcto a nuestros ojos.

Fue una condena brutal. Un día ya en prisión me entretuve en sumar las condenas de todos: a los 75 nos echaron casi 1500 años en total, una media de veinte. A mí me echaron quince, lo mismo que a FC por autor intelectual del asalto a una fortaleza militar donde los asaltantes mataron a 19 soldados e hirieron a 26. A José Daniel Ferrer le pidieron pena de muerte en el acto del juicio. Ninguno de nosotros había cometido actos violentos, ni incitado a la violencia. Ha habido peores oleadas represivas, pero nada tan cruel contra una oposición probadamente pacífica y civilista. Todos los principales proyectos opositores se proponían una transición pacífica a la Democracia.

Cuando leí mi petición fiscal a quince años era de noche. Me conmocionó. Pensé en mis seres queridos, lo que tanto había temido iba a suceder. Me fui muy triste a la cama. En el silencio de la noche pedí a Dios fuerzas para soportar con dignidad, y decidí que no me iba a arrepentir porque estaba orgulloso de mi proceder. Me sentí confortado. A la mañana siguiente fui conducido como de costumbre al interrogatorio. Le dije al oficial que yo no estaba allí para implorar clemencia. Me sentí todo lo satisfecho que se puede estar en tales circunstancias.

Pasé siete años y medio en prisión y no me arrepiento. Después opté por lo más fácil y salí al extranjero. De ahí mi compromiso con aquellos que decidieron quedarse. Y mi decisión de hacer todo cuanto me dicte mi conciencia, para apoyarlos en la lucha por la que han optado. No les impongo ninguna idea. Los conozco, quieren lo mejor para Cuba.
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