La periodista Julia Cooke, quien ha escrito un libro sobre Cuba bajo Raúl Castro (The Other Side of Paradise: Life in the New Cuba), analiza en el New York Times por qué ser un profesional en la Cuba de hoy sigue siendo una perspectiva sombría, lo cual revela una arista discriminatoria en las reformas económicas que se llevan a cabo, y les sirve de freno.
Cooke, que vivió por intervalos en la isla en un lapso de cinco años, recuerda que una vez fue recogida en La Habana por un taxista furtivo, conductor de un Lada soviético, a quien acordó pagarle tres dólares por la carrera.
A diferencia del taxista promedio, éste sólo habló al final del trayecto, cuando reveló que era cardiólogo y pionero de las operaciones a corazón abierto en La Habana. Una situación familiar para los cubanos–apunta-- : la de profesionales con formación superior que para complementar sus bajos ingresos se dedican a labores muy por debajo de su capacidad intelectual.
La autora califica de "tremendas" las reformas económicas de los últimos tres años en la isla, pero resalta que profesionales como su médico-taxista han sido sistemáticamente excluidos de estas transformaciones. Y augura que mientras eso no cambie, el país, y la inversión extranjera que espera atraer, seguirán estancados .
Observa que continúa siendo un delito que los profesionales --desde ingenieros hasta médicos, abogados y arquitectos-- ejerzan su profesión de forma independiente. La lógica tras esta prohibición –dice-- es que el sistema educativo estatal cubano los ha formado, y por tanto ahora deben retribuir al Estado con su capital humano.
A cambio, ganan escuálidos sueldos estatales de entre 18 y 22 dólares mensuales, y para sobrevivir se ven obligados a conducir taxis después de su faena laboral, o a abandonar definitivamente los puestos de trabajo para los que fueron formados, a fin de irse a trabajar en [los mejor remunerados] restaurantes, bares o tiendas de propiedad privada
La articulista toma nota de los recientes aumentos de salario en el campo de la salud (hasta 67 dólares mensuales) y el permiso a los deportistas para firmar contratos con ligas extranjeras. Pero lamenta que un cubano pueda trabajar en el sector privado como payaso, y no como abogado; o abrir un bar, pero no una clínica.
Apunta la autora que en el capítulo más reciente de la reestructuración de la economía cubana (la ley de inversión extranjera aprobada el sábado), en caso de que las empresas foráneas sean atraídas por las ofertas de la nueva legislación, no podrían contratar profesionales a discreción, sino a través del Estado cubano.
Esto no quiere decir que no exista la práctica independiente: ella cita los casos de programadores de computadoras que cobran asignaciones independientes; escritores que venden libros en España: arquitectos que aceptan discretamente diseñar el nuevo restaurante de una familia pudiente. Sin embargo, estos profesionales trabajan en la economía sumergida, sin protección legal, como lo hacía cinco años atrás la actual generación --legalizada-- de microempresarios.
En ese contexto muchos profesionales jóvenes no están dispuestos a esperar. La periodista señala que con demasiada frecuencia completan los dos o tres años de servicio social que se requieren para "pagar" sus carreras, y luego abandonan el país, a menudo con destino a Europa, América Latina o Estados Unidos.
Mientras tanto, una generación de profesionales más antigua y experimentada , como la del cardiólogo mencionado, conduce taxis para rebuscarse la vida.
Julia Cooke concluye alertando que la fuga de cerebros en Cuba no sólo se produce a través de las fronteras, empujando hacia otras economías a cubanos altamente calificados; sino que también dentro de la propia isla la necesidad fuerza a los profesionales a abandonar sus campos. "Todo lo cual" --dice-- "hace menguar el atractivo del país para algunos de sus mejores ciudadanos, como también para los inversores extranjeros".
Cooke, que vivió por intervalos en la isla en un lapso de cinco años, recuerda que una vez fue recogida en La Habana por un taxista furtivo, conductor de un Lada soviético, a quien acordó pagarle tres dólares por la carrera.
A diferencia del taxista promedio, éste sólo habló al final del trayecto, cuando reveló que era cardiólogo y pionero de las operaciones a corazón abierto en La Habana. Una situación familiar para los cubanos–apunta-- : la de profesionales con formación superior que para complementar sus bajos ingresos se dedican a labores muy por debajo de su capacidad intelectual.
La autora califica de "tremendas" las reformas económicas de los últimos tres años en la isla, pero resalta que profesionales como su médico-taxista han sido sistemáticamente excluidos de estas transformaciones. Y augura que mientras eso no cambie, el país, y la inversión extranjera que espera atraer, seguirán estancados .
Observa que continúa siendo un delito que los profesionales --desde ingenieros hasta médicos, abogados y arquitectos-- ejerzan su profesión de forma independiente. La lógica tras esta prohibición –dice-- es que el sistema educativo estatal cubano los ha formado, y por tanto ahora deben retribuir al Estado con su capital humano.
A cambio, ganan escuálidos sueldos estatales de entre 18 y 22 dólares mensuales, y para sobrevivir se ven obligados a conducir taxis después de su faena laboral, o a abandonar definitivamente los puestos de trabajo para los que fueron formados, a fin de irse a trabajar en [los mejor remunerados] restaurantes, bares o tiendas de propiedad privada
La articulista toma nota de los recientes aumentos de salario en el campo de la salud (hasta 67 dólares mensuales) y el permiso a los deportistas para firmar contratos con ligas extranjeras. Pero lamenta que un cubano pueda trabajar en el sector privado como payaso, y no como abogado; o abrir un bar, pero no una clínica.
Apunta la autora que en el capítulo más reciente de la reestructuración de la economía cubana (la ley de inversión extranjera aprobada el sábado), en caso de que las empresas foráneas sean atraídas por las ofertas de la nueva legislación, no podrían contratar profesionales a discreción, sino a través del Estado cubano.
Esto no quiere decir que no exista la práctica independiente: ella cita los casos de programadores de computadoras que cobran asignaciones independientes; escritores que venden libros en España: arquitectos que aceptan discretamente diseñar el nuevo restaurante de una familia pudiente. Sin embargo, estos profesionales trabajan en la economía sumergida, sin protección legal, como lo hacía cinco años atrás la actual generación --legalizada-- de microempresarios.
En ese contexto muchos profesionales jóvenes no están dispuestos a esperar. La periodista señala que con demasiada frecuencia completan los dos o tres años de servicio social que se requieren para "pagar" sus carreras, y luego abandonan el país, a menudo con destino a Europa, América Latina o Estados Unidos.
Mientras tanto, una generación de profesionales más antigua y experimentada , como la del cardiólogo mencionado, conduce taxis para rebuscarse la vida.
Julia Cooke concluye alertando que la fuga de cerebros en Cuba no sólo se produce a través de las fronteras, empujando hacia otras economías a cubanos altamente calificados; sino que también dentro de la propia isla la necesidad fuerza a los profesionales a abandonar sus campos. "Todo lo cual" --dice-- "hace menguar el atractivo del país para algunos de sus mejores ciudadanos, como también para los inversores extranjeros".