Desde que el general Raúl Castro ocupó formalmente el trono del poder cubano el 24 de Febrero del 2008, prometió públicamente limpiar toda una serie de trabas y aseguró en acto sumamente teatral, la creación de una suerte de hospital donde se pudieran sanar los achaques de un país desgastado que se ha vendido igualitario, y donde por más de medio siglo los seres humanos pertenecientes a cualquier género, edad, etnia o religión no han logrado ser iguales.
Alfred Adler, el austriaco fundador de la sicología individual, afirmó que el complejo de superioridad que acompaña a las clases sociales supuestamente distinguidas, es simplemente un intento de compensación de los verdaderos sentimientos de inferioridad ocultos.
Entonces, como era de esperar, tan ilusorio camino hacia el progreso nacional, más que avance, trajo un significativo retroceso en la realidad social y la necesidad de un pueblo.
Nuestro país está enfermo, y en estado terminal. La medicina paliativa llamada política de reformas, no es más que una manipulación tendenciosa que dio al traste con el surgimiento de una clase, o mejor dicho una claque; y con ello, un desenfrenado incremento de añejas desigualdades que ya de por sí eran abismales.
Obviamente, no es mi idea en este artículo criticar a los tan vilipendiados ricos, pues ya he dicho muchas veces que, viejos o nuevos, me parece muy bien y no veo nada malo ni arrogante ni ofensivo el hecho de tener dinero o cuantificar riquezas.
Me refiero a esos otros protagonistas que se han montado un paladar o hacen de sus casas un hostal. Un nuevo grupo de emprendedores que al ganar con sus negocios, como por arte de magia heredan cierta arrogancia gubernamental, y se creen merecedores de ella.
Hay algo que todos creemos saber pero en ciertas ocasiones no queremos escuchar. La satisfacción de nuestras necesidades materiales solo encuentra plenitud siempre que se correspondan con el crecimiento instructivo y cultural.
En Cuba estamos viviendo un curioso, vertiginoso y singular período de cambio en las relaciones sociales. Un nuevo dechado, una nueva estructura, donde este grupo de personas que por hastío, imitación, o por la illusión de lo incierto, adoptan las viejas costumbres del maltrato institucional y apuestan por un arquetipo de comportamiento empresarial, digno de magnates muertos, en el que la democracia se reduce a una fachada, o a una ridícula e incongruente palabra de actualidad incapaz de convencer al conjunto de la sociedad.
El maltrato, inadmisible desde todo punto de vista, no puede, ni debe ser pertenencia; lo peor es que como metáfora oscura que encierra un final abierto, los empleados cubanos, miembros de una población desarraigada, con baja autoestima y víctimas de la opresión, hacen que estas injusticias estén a la orden del día y aceptan denigrantes reglas de empleo con largas jornadas, míseros jornales, envilecimiento intelectual y condiciones infrahumanas, como si de un modelo de neo esclavitud se tratara.
Alfred Adler, el austriaco fundador de la sicología individual, afirmó que el complejo de superioridad que acompaña a las clases sociales supuestamente distinguidas, es simplemente un intento de compensación de los verdaderos sentimientos de inferioridad ocultos.
Entonces, como era de esperar, tan ilusorio camino hacia el progreso nacional, más que avance, trajo un significativo retroceso en la realidad social y la necesidad de un pueblo.
Nuestro país está enfermo, y en estado terminal. La medicina paliativa llamada política de reformas, no es más que una manipulación tendenciosa que dio al traste con el surgimiento de una clase, o mejor dicho una claque; y con ello, un desenfrenado incremento de añejas desigualdades que ya de por sí eran abismales.
Obviamente, no es mi idea en este artículo criticar a los tan vilipendiados ricos, pues ya he dicho muchas veces que, viejos o nuevos, me parece muy bien y no veo nada malo ni arrogante ni ofensivo el hecho de tener dinero o cuantificar riquezas.
Me refiero a esos otros protagonistas que se han montado un paladar o hacen de sus casas un hostal. Un nuevo grupo de emprendedores que al ganar con sus negocios, como por arte de magia heredan cierta arrogancia gubernamental, y se creen merecedores de ella.
Hay algo que todos creemos saber pero en ciertas ocasiones no queremos escuchar. La satisfacción de nuestras necesidades materiales solo encuentra plenitud siempre que se correspondan con el crecimiento instructivo y cultural.
En Cuba estamos viviendo un curioso, vertiginoso y singular período de cambio en las relaciones sociales. Un nuevo dechado, una nueva estructura, donde este grupo de personas que por hastío, imitación, o por la illusión de lo incierto, adoptan las viejas costumbres del maltrato institucional y apuestan por un arquetipo de comportamiento empresarial, digno de magnates muertos, en el que la democracia se reduce a una fachada, o a una ridícula e incongruente palabra de actualidad incapaz de convencer al conjunto de la sociedad.
El maltrato, inadmisible desde todo punto de vista, no puede, ni debe ser pertenencia; lo peor es que como metáfora oscura que encierra un final abierto, los empleados cubanos, miembros de una población desarraigada, con baja autoestima y víctimas de la opresión, hacen que estas injusticias estén a la orden del día y aceptan denigrantes reglas de empleo con largas jornadas, míseros jornales, envilecimiento intelectual y condiciones infrahumanas, como si de un modelo de neo esclavitud se tratara.