Las últimas noticias en Cuba acusan desencanto y falsedad. Miles de cuentapropistas cerrarán sus negocios por una de esas ilógicas medidas del estado cubano. Se trata de los vendedores de ropa y calzado, artículos traídos de otros países, generalmente marcas de primer nivel, con precios competitivos respecto a la red estatal de comercio minorista.
Las autoridades han dicho claramente que ese segmento del mercado es y será monopolio del estado. No aceptan la competencia privada. Ni siquiera de estos minúsculos comerciantes que carecen de locales de gran tamaño, diseñados para tales actividades, además de estar limitados en cuanto al empleo de trabajadores,
pagando altos impuestos por su gestión.
El estado fija los precios y aún así les teme a los pequeños comerciantes, cuyos productos deben pagar aranceles en las aduanas, con limitaciones en cuanto a la factura que se puede introducir en el país. Bueno es recordar que en el año 1959 el gobierno intervino la magnifica red de tiendas y almacenes que existía.
Durante años, el monopolio estatal obligó a los consumidores a pagar precios arbitrarios por productos de dudosa calidad, incumpliendo normas internacionales de garantía comercial, junto al estancamiento de las ofertas, muchas veces pasadas de moda. Excepcionalmente habían posibilidades mejores, pero pagando cifras escandalosas.
Los cuentapropistas han atemorizado a las autoridades, en poco tiempo su gestión pone en crisis el modelo económico existente, desde antaño incapaz de brindar servicios óptimos a la población. Estamos ante aquello que el decir popular resume en la frase compraron pescado y le cogieron miedo a los ojos.
No es la primera vez que asistimos a tales retrocesos, recordemos los años ochenta cuando se abrió por vez primera el mercado libre campesino, liquidado rápidamente bajo la operación contra los entonces llamados “Macetas”, o sea, los comerciantes que rápidamente generaron un movimiento mercantil del cual, como es lógico, se beneficiaron personalmente con altos ingresos, pero brindando al cliente un servicio imposible de alcanzar por las empresas gubernamentales.
A finales de los años noventa, luego de una débil apertura inicial al trabajo por cuenta propia, las autoridades arremetieron contra esta modalidad económica, llevándola a los límites mínimos. Muchos pequeños restaurantes, Paladares les decimos aquí, debieron cerrar; de otras actividades posibles, la lista permitida era mínima.
Ahora, refrendada por el Sexto Congreso del Partido Comunista, se suponía que la llamada ¨actualización del modelo económico cubano¨, conduciría definitivamente a una apertura sin marcha atrás. Esa era la esperanza de muchos, lamentablemente cercenada por decisiones como la que actualmente enfrentan una buena parte de estos pequeños comerciantes.
Desde las páginas de Granma, especialmente la edición de los viernes, con amplio espacio a la opinión de los lectores, es sospechosa la selección intencionada de cartas que siempre atacan las medidas de aperturas en cuanto al mercado, reclamando el regreso a los viejos tiempos, cuando ni siquiera podía usted pelar a un amigo en su casa, ante la probable acusación de los Comité de Defensa de la Revolución de estar realizando actividades económicas ilícitas y contrarrevolucionarias.
La élite en el poder, junto a su burocracia actuante, prefiere mantener el inmovilismo que les permite gobernar y lucrar con los bienes ajenos. Los recursos que han levantado al cuentapropismo muy poco tienen que ver con el estado, sin embargo, están salvando a la nación del paro, generando centenares de miles de empleos.
Una parte de las inversiones constituyen ahorros de los millones de cubanos aquí sobreviviendo en medio de insólitas dificultades como la absurda dualidad monetaria, otra porción no menos significativa corresponde a sus compatriotas allende los mares, sobre todo en los Estados Unidos, quiénes igualmente apostaron sus ahorros ante sus familiares, confiando en la palabra empeñada por los dirigentes comunistas.
Los que gobiernan en Cuba temen a los cambios, retroceden luego de avanzar tímidamente, faltan a sus promesas, titubean, en fin, nos hacen vivir entre el temor, la mentira y lo que es peor, el desencanto.
Las autoridades han dicho claramente que ese segmento del mercado es y será monopolio del estado. No aceptan la competencia privada. Ni siquiera de estos minúsculos comerciantes que carecen de locales de gran tamaño, diseñados para tales actividades, además de estar limitados en cuanto al empleo de trabajadores,
pagando altos impuestos por su gestión.
El estado fija los precios y aún así les teme a los pequeños comerciantes, cuyos productos deben pagar aranceles en las aduanas, con limitaciones en cuanto a la factura que se puede introducir en el país. Bueno es recordar que en el año 1959 el gobierno intervino la magnifica red de tiendas y almacenes que existía.
Durante años, el monopolio estatal obligó a los consumidores a pagar precios arbitrarios por productos de dudosa calidad, incumpliendo normas internacionales de garantía comercial, junto al estancamiento de las ofertas, muchas veces pasadas de moda. Excepcionalmente habían posibilidades mejores, pero pagando cifras escandalosas.
Los cuentapropistas han atemorizado a las autoridades, en poco tiempo su gestión pone en crisis el modelo económico existente, desde antaño incapaz de brindar servicios óptimos a la población. Estamos ante aquello que el decir popular resume en la frase compraron pescado y le cogieron miedo a los ojos.
No es la primera vez que asistimos a tales retrocesos, recordemos los años ochenta cuando se abrió por vez primera el mercado libre campesino, liquidado rápidamente bajo la operación contra los entonces llamados “Macetas”, o sea, los comerciantes que rápidamente generaron un movimiento mercantil del cual, como es lógico, se beneficiaron personalmente con altos ingresos, pero brindando al cliente un servicio imposible de alcanzar por las empresas gubernamentales.
A finales de los años noventa, luego de una débil apertura inicial al trabajo por cuenta propia, las autoridades arremetieron contra esta modalidad económica, llevándola a los límites mínimos. Muchos pequeños restaurantes, Paladares les decimos aquí, debieron cerrar; de otras actividades posibles, la lista permitida era mínima.
Ahora, refrendada por el Sexto Congreso del Partido Comunista, se suponía que la llamada ¨actualización del modelo económico cubano¨, conduciría definitivamente a una apertura sin marcha atrás. Esa era la esperanza de muchos, lamentablemente cercenada por decisiones como la que actualmente enfrentan una buena parte de estos pequeños comerciantes.
Desde las páginas de Granma, especialmente la edición de los viernes, con amplio espacio a la opinión de los lectores, es sospechosa la selección intencionada de cartas que siempre atacan las medidas de aperturas en cuanto al mercado, reclamando el regreso a los viejos tiempos, cuando ni siquiera podía usted pelar a un amigo en su casa, ante la probable acusación de los Comité de Defensa de la Revolución de estar realizando actividades económicas ilícitas y contrarrevolucionarias.
La élite en el poder, junto a su burocracia actuante, prefiere mantener el inmovilismo que les permite gobernar y lucrar con los bienes ajenos. Los recursos que han levantado al cuentapropismo muy poco tienen que ver con el estado, sin embargo, están salvando a la nación del paro, generando centenares de miles de empleos.
Una parte de las inversiones constituyen ahorros de los millones de cubanos aquí sobreviviendo en medio de insólitas dificultades como la absurda dualidad monetaria, otra porción no menos significativa corresponde a sus compatriotas allende los mares, sobre todo en los Estados Unidos, quiénes igualmente apostaron sus ahorros ante sus familiares, confiando en la palabra empeñada por los dirigentes comunistas.
Los que gobiernan en Cuba temen a los cambios, retroceden luego de avanzar tímidamente, faltan a sus promesas, titubean, en fin, nos hacen vivir entre el temor, la mentira y lo que es peor, el desencanto.