Aunque algunos vecinos del Reparto Eléctrico, al sur de La Habana, se tomen a broma los recientes ejercicios militares Bastión 2013, y entre risas, mientras escuchan música en iPod o teléfonos móviles, a trote distendido participan en los juegos de guerra, el gobierno de Raúl Castro todavía se toma muy en serio una probable invasión de Estados Unidos hacia Cuba.
Pudiera parecer un absurdo o un derroche de dinero y recursos, que a la isla precisamente no le sobran. Pero allí están, los soldados de la reserva y milicianos pasados de peso con sus AKM engrasados en disposición de combate.
A decir verdad, la inminente guerra con los americanos es algo que solo se creen los mandarines. Fidel Castro siempre ha pensado que los gringos, de forma taimada, esperan la primera de cambio para lanzar sus F-16 y bombas inteligentes contra ciudades cubanas.
Pero después de la crisis de los cohetes en 1962, cuando la antigua URSS retiró los mísiles atómicos a cambio de que Estados Unidos no agrediera la isla, el vecino del norte solo utilizó la baza de la guerra sucia contra Cuba.
Aunque el ejército regular cubano participó por vez primera en su historia en una guerra fuera del territorio nacional en 1975, durante el conflicto de Angola, y antes habían enviado hombres y armas a zonas beligerantes como el Congo, Argelia o Siria, las administraciones de la Casa Blanca nunca contemplaron en su agenda una agresión militar directa a Cuba.
Angola fue un escenario de guerra inolvidable para Fidel Castro. En los 16 años de intervención, el Comandante Único, desde un puesto de mando en el Nuevo Vedado, junto a una enorme maqueta del campo de batalla, dirigió desde un sillón, puntero en mano, los principales combates acontecidos en suelo angoleño, además de estar al tanto del número de helados y bombones que se enviaba a los soldados en el frente de guerra.
También, de manera clandestina, la autocracia criolla introdujo armas en el conflicto civil de El Salvador y a Nicaragua envió oficiales cubanos y soldados latinoamericanos adiestrados en escuelas militares de Cuba.
De esa etapa, repletas de nostalgia para muchos militares ahora jubilados, cuando el ejército verde olivo llegó a tener un millón de hombres en armas y la URSS enviaba grandes cantidades de pertrechos de combate, solo se mantienen en pie estos ejercicios de guerra al estilo de Bastión.
En la única ocasión que el régimen de Castro tuvo un tenue intercambio de disparos contra tropas estadounidenses fue en octubre de 1983 en Granada, al intentar mantener el aeropuerto que construían obreros cubanos. Y la escaramuza militar se saldó con dos docenas bajas por parte de los trabajadores de la isla. En estas maniobras se pusieron en práctica ejercicios para neutralizar “al enemigo interno”. Un participante comentó que se probó el uso de tácticas y estrategias para atrapar un número determinados de disidentes en caso de manifestaciones callejeras.
A falta de una guerra con Estados Unidos que nunca llegó, el ejército se adiestra para un combate de nuevo tipo donde el adversario son los cubanos que piensan diferentes. Mala señal.
Pudiera parecer un absurdo o un derroche de dinero y recursos, que a la isla precisamente no le sobran. Pero allí están, los soldados de la reserva y milicianos pasados de peso con sus AKM engrasados en disposición de combate.
A decir verdad, la inminente guerra con los americanos es algo que solo se creen los mandarines. Fidel Castro siempre ha pensado que los gringos, de forma taimada, esperan la primera de cambio para lanzar sus F-16 y bombas inteligentes contra ciudades cubanas.
Pero después de la crisis de los cohetes en 1962, cuando la antigua URSS retiró los mísiles atómicos a cambio de que Estados Unidos no agrediera la isla, el vecino del norte solo utilizó la baza de la guerra sucia contra Cuba.
Aunque el ejército regular cubano participó por vez primera en su historia en una guerra fuera del territorio nacional en 1975, durante el conflicto de Angola, y antes habían enviado hombres y armas a zonas beligerantes como el Congo, Argelia o Siria, las administraciones de la Casa Blanca nunca contemplaron en su agenda una agresión militar directa a Cuba.
Angola fue un escenario de guerra inolvidable para Fidel Castro. En los 16 años de intervención, el Comandante Único, desde un puesto de mando en el Nuevo Vedado, junto a una enorme maqueta del campo de batalla, dirigió desde un sillón, puntero en mano, los principales combates acontecidos en suelo angoleño, además de estar al tanto del número de helados y bombones que se enviaba a los soldados en el frente de guerra.
También, de manera clandestina, la autocracia criolla introdujo armas en el conflicto civil de El Salvador y a Nicaragua envió oficiales cubanos y soldados latinoamericanos adiestrados en escuelas militares de Cuba.
De esa etapa, repletas de nostalgia para muchos militares ahora jubilados, cuando el ejército verde olivo llegó a tener un millón de hombres en armas y la URSS enviaba grandes cantidades de pertrechos de combate, solo se mantienen en pie estos ejercicios de guerra al estilo de Bastión.
En la única ocasión que el régimen de Castro tuvo un tenue intercambio de disparos contra tropas estadounidenses fue en octubre de 1983 en Granada, al intentar mantener el aeropuerto que construían obreros cubanos. Y la escaramuza militar se saldó con dos docenas bajas por parte de los trabajadores de la isla. En estas maniobras se pusieron en práctica ejercicios para neutralizar “al enemigo interno”. Un participante comentó que se probó el uso de tácticas y estrategias para atrapar un número determinados de disidentes en caso de manifestaciones callejeras.
A falta de una guerra con Estados Unidos que nunca llegó, el ejército se adiestra para un combate de nuevo tipo donde el adversario son los cubanos que piensan diferentes. Mala señal.