Durante los años 90, con el Período Especial, Cuba se llenó de bicicletas, y el gobierno trataba de convencer a la población de que usaran un método de transporte alternativo ante la falta de combustible. Pero después, con la llegada de nuevos países que sufragaban la economía nacional y se encontraron nuevos suministradores de petróleo y derivados, los vehículos motorizados volvieron a las calles del país … y entonces las bicicletas se olvidaron. Y con ellas la posibilidad de encontrar repuestos para las que se averiaban.
El ingenio cubano, y el modo en que se trata hoy en día de mantener en activo esas bicicletas, es el origen del cortometraje Havana Bikes, obra del camarógrafo y fotógrafo español Diego Vivanco a través de la productora Kauri Multimedia, que ya ha ganado varios premios en festivales temáticos. En él muestra cómo trabajan algunos mecánicos habaneros y son capaces de arreglar o sustituir piezas con otras que han conseguido de bicicletas que han comprado o consiguen de quienes las desechan.
No hay modo de importar ese tipo de productos, así que la única manera de reparar es gracias a lo que queda en el país. En muchos casos, la única opción es recurrir al boca a boca, saber de alguien que conoce a otro que podría tener lo que necesitas…
Con las palabras de Ángel, un "bicicletero" habanero que usa este medio de transporte para todo, el corto narra cómo mucha gente sigue utilizándolas a diario, y cómo de ellas se han creado vehículos típicos de Cuba como los bicitaxis o los carritos que transportan frutas o hacen venta ambulante. Todos ellos necesitan continuas reparaciones.
Así, es posible ver en las calles de la capital bicicletas con llaves inglesas como pedales o ruedas que usan llantas más grandes de lo que debieran. Como ocurre con los autos, hay circulando en La Habana bicicletas de los años 50, y no por nostalgia, sino por necesidad como cuenta el narrador. Eso da lugar a híbridos, que se consiguen, por ejemplo, con cuadros que tienen 40 años, ruedas de los 90 y una bocina reciente, todo se amolda a la disponibilidad de la pieza que encuentre el mecánico de turno.
Aquí todo es privado además, ya que no hay talleres estatales y cada uno depende de sí mismo para conseguir lo que necesita. Mantener una bicicleta en Cuba es casi como una matáfora de la vida diaria para algunos: pura supervivencia y mucho ingenio para poder seguir circulando.