El contexto político global sigue siendo un escenario propicio para que el gobierno cubano contemple con renovado optimismo su objetivo de mantener la legitimidad del régimen, a pesar de las múltiples evidencias que siguen ensombreciendo las acciones del entramado político que permanece. La Unión Europea ha caído aparentemente en su saco y es probable que el gobierno de La Habana anhele ahora que otros caigan también pronto en el redil, siguiendo la misma dinámica de acercamiento. Lo que no parece tan evidente es que esto suceda sin que antes no se produzcan cambios reales en sus fundamentos autoritarios y antidemocráticos.
La alianza simbólica de la dictadura cubana con las ideas de progreso -su insolidaridad objetiva hacia sus conciudadanos, en contraste con la solidaridad con los desfavorecidos de cualquier otra parte-, a pesar de las múltiples aristas reaccionarias del régimen caribeño, sigue siendo un capital enorme del que puede sacar un gran rédito político. Cuba está en el centro de movimientos de integración latinoamericana -casi como un tótem ideológico- y cuenta con el apoyo de muchos líderes de esa región, cuya proximidad a los Castro parece ser más beneficiosa que perjudicial en sus respectivos dominios. La poderosa imagen de marca del régimen es también un elemento central y va a favorecer que en Cuba todo siga igual, a pesar de diversas mutaciones en apariencia que se produzcan para facilitar los “deshielos” diplomáticos.
Sea como sea, la realidad es que el minuto 0 del cambio en Cuba empezará a contar cuando desaparezca el unipartidismo, cuando se establezca una representación política realista de la diversidad ideológica, cuando la ciudadanía se considere suficientemente libre e independiente de los órganos del Estado, cuando se permita plantear de forma pacífica y democrática alternativas radicales de cambio. Cualquier “cambio” que no incluya estos otros cambios no será más que un espejismo calculado para mantener una arquitectura de gobierno que se sustenta sobre la base de legitimar la vulneración de los derechos humanos.
Para Cuba resulta vital que prospere la negociación con la Unión Europea, de la que espera sacar beneficios económicos que le permitan seguir apuntalando su estrambótico sistema. A Cuba se le hace la boca agua cuando contempla los acuerdos alcanzados por su socio vietnamita con el bloque europeo, tercera economía mundial a pesar de la crisis.
En 1995 Vietnam firmó con Bruselas un acuerdo de cooperación, y actualmente realiza un intercambio comercial con los países miembros de la UE que llega a los 30.000 millones de dólares. Recibe además 33.000 millones en inversiones en diversidad de proyectos, según datos que recoge el exembajador cubano ante la UE, Carlos Alzugaray, en un artículo aparecido en Catalejo. Aunque el autor señala que Cuba es diferente a Vietnam, cita su caso como un “ejemplo” de relaciones de un sistema similar con los socios europeos. Ambas partes, asimismo, ya dialogaban sobre un Tratado de Libre Comercio con el país asiáitco que podría llegar este septiembre de 2014.
La situación actual es pues una fuente de optimismo para el gobierno cubano que se ve protegido por varios frentes. América Latina le rinde pleitesía, y la UE le concede todavía el beneficio de la duda. Por un lado y por el otro, y con el auge de los movimientos sociales con los que siempre ha buscado complicidad en un contexto de crisis, el régimen cubano prevé que sus bailes diplomáticos acaben reportándole éxitos.