Dicen los furibundos seguidores del género que el socialismo se derrumbó a golpe de rock and roll. Por supuesto, y sin que nos conste que a Gorvachov le guste esa música, su figura fue vital para que se diera la transición en Europa del Este hacia un sistema más viable, en 1989.
Luego, con la caída del Muro de Berlín (o del “Telón de Acero”, como también se le ha llamado a esa aberración de la Historia), llegó la balada de la banda precisamente alemana Scorpions, Wind of change, cuya letra y armonía sellaron largos años de angustia, separación familiar y retraso tecnológico, para no hablar de otras barbaridades en contra de los derechos humanos.
Mientras esto sucedía, los vientos de cambio también llegaron a La Habana. Los estudiantes de Periodismo, aupados por el debate que dejó en La Habana una obra de teatro, La opinión pública, lograron reunirse con Fidel Castro en el palacio de gobierno. La operación se realizó por mediación de un personaje camaleónico que entonces era el “ideólogo del Comité Central”, Carlos Aldana, un tipo más tarde desaparecido de la vida pública y política.
Pues bien, los estudiantes de Periodismo, por primera vez en la historia de aquella denominada revolución, desmontaron todos los mitos “revolucionarios” en la propia cara del “comandante”. Las microbrigadas, la guerra de Angola, el internacionalismo proletario y el culto a la personalidad fueron cuestionados duramente. Castro pegó un puñetazo sobre la mesa y se marchó de la reunión. Hubo un intermedio con suculenta comida y, en el segundo acto, Fidel Castro volvió, esperanzado en que le ofrecieran disculpas.
Durante el intermedio, algunos profesores sugirieron a los estudiantes que se disculparan, pero la disculpa no fue tan contundente como el caudillo necesitaba. Así que, la semana posterior, hubo una depuración en la que, clase por clase, los estudiantes fueron obligados a realizar declaraciones de principios. Era un cuestión individual si seguían o no en la carrera. Quien escribe se graduó de ese centro de estudios.
Cuba podía haber cambiado en 1989 y sin embargo no fue así. Han pasado casi 30 años. O sea, casi tres generaciones.
Burguer King, Coca Cola y otras marcas detrás del cristal
La película Good Bye, Lenin (2003), del director alemán Wolfgang Becker, resuelve en tono de comedia la historia del socialismo, pero por detrás deja un dolor en el alma indescriptible cuando descubrimos que estamos riendo de nuestras desgracias. Para los alemanes del Este, y para el director y elenco del filme, por suerte, el rodaje se realiza en la nueva era, lo que les permite tomar con distancia ese dolor y esa nostalgia que increíblemente ha quedado del campo socialista. En las ferias populares de Europa del Este se comercializan charreteras, gorras militares, botas que patearon traseros de los inconformes. Pero es así, no hay otra manera de ponerse al día.
Para los cubanos que vimos esa película en un cine europeo era también la risa –mejor, la media risa- y la añoranza de que eso mismo nos sucediera para volver, o hacer con nuestras vidas lo que nos diera la gana, pero de una puñetera vez.
El concierto gratuito de The Rolling Stones este último fin de semana en Cuba, al que los datos oficiales le atribuyen una asistencia de 400.000 personas, pudo dar el pistoletazo de salida para un verdadero viento de cambio (no como aquel falso que hubo).
Dice el rockero y periodista independiente Camilo Ernesto Olivera que no nos embullemos tanto, que todavía no es la hora. Lo dijo a este cronista a través del teléfono, desde una Habana con las líneas todavía pinchadas. Pero no es menos cierto que el hecho de que el público intentara arrebatar a la nomenklatura las primeras filas es señal de rebeldía.
En estos días, la dictadura habrá tenido que leer o escuchar fuertes críticas que hicieron referencia a la prohibición y/o castigo del rock en Cuba. Y escuchó cara a cara el discurso emancipador del presidente Barack Obama. Ya no le quedan muchas oportunidades para prevalecer. Como único que alguien se ofrezca para hacerle la farsa, como a la madre del protagonista de Good Bye, Lenin. Mientras ella, militante ciega del partido comunista, se recuperaba de una fuerte dolencia, la cortina de su habitación cae de golpe y se ve el anuncio gigante de la Coca Cola.